del siglo XIX, XX y XXI.
Esta clase tiene por objetivo formar a los alumnos en el conocimiento de las principales corrientes político-ideológicas de los últimos dos siglos. Pretende ser un ejercicio relativamente comparativo, que le facilite al estudiante la ponderación de los respectivos universos teóricos, con vistas a lograr una más fundada toma de posición frente a las cuestiones que entre éstos se debaten. Como su fin es pedagógico, el texto incurre en burdas simplificaciones, que los lectores habrán de desandar en las próximas etapas de sus búsquedas cognitivas particulares.
El liberalismo.
El eje de esta corriente está puesto en la libertad individual. Su unidad de referencia es el individuo. La sociedad no es más que la colección de individuos abarcado dentro de los límites del territorio de un Estado. Expresiones como “clase”, “sociedad”, “comunidad” o “nación”, para los liberales, siempre pueden ser descompuestas en un elemento básico: el ser humano individual, único e irrepetible. Esta persona individual se la presupone como racional y consciente de si, dotada de intereses privados que motivan su acción en sociedad. Las distintas acciones sociales de la multiplicidad de individuos tienden a equilibrarse espontáneamente hacia la felicidad de todos. Si cada uno persigue su interés egoísta libremente, hay una “mano invisible” que lo orienta en beneficio del conjunto.
La propiedad privada de los medios de consumo y de producción, es justificada a partir del trabajo individual. Una persona es legítima propietaria de sus bienes porque son fruto de su trabajo personal. El orden jurídico debe proteger este derecho de propiedad, porque es un derecho natural, anterior al Estado.
Son exponentes típicos del pensamiento liberal John Locke, en lo político y Adam Schmit en lo económico.
El papel del Estado es garantizar externamente el orden social. No debe interferir en las acciones de los individuos. Debe establecer reglas de juego generales, y garantizar la seguridad externa e interna: reprimir a los delincuentes y defenderse de las agresiones de Estados extranjeros.
El postulado liberal en materia educativa es la universalidad. Para alcanzar ese estatus de racionalidad del individuo, es necesario que se le provea al menos una educación básica. Solo un individuo educado puede ser un ciudadano responsable que participe con la mesura necesaria en el proceso político. La creación de sistemas de educación básica es una creación del Estado Liberal. Pero que se haya postulado la universalidad de la educación no quiere decir que esta se haya logrado, dado que existen condiciones sociales y económicas limitantes que este tipo de estado no puede modificar por si mismo.
El Marxismo.
El liberalismo fue el discurso político con el que la burguesía en ascenso derrocó al antiguo régimen, y dio lugar a la transformación capitalista del Estado Moderno. La implementación, a partir de las revoluciones burguesas de fines del siglo XVIII, en Europa y Estados Unidos, del Estado liberal, dio cabida a la expansión del capitalismo, a escala mundial. El crecimiento de las fuerzas productivas dio así un salto sin precedentes en al historia de la humanidad. La expansión de la industria capitalista y del colonialismo extiende el poder del capital a todos los rincones del planeta.
Pero junto con esta expansión, surge una clase trabajadora urbana, que subsiste en condiciones de pobreza. La economía capitalista tiene un desenvolvimiento cíclico. En los momentos de expansión la industria capitalista emplea crecientemente mano de obra. Pero en los momentos de recesión, la expulsa. Se genera desempleo, miseria y hambre. Esto provoca protestas obreras. Al comienzo, de manera espontánea. Pero luego, la clase obrera va haciendo experiencia y va organizando estos enfrentamientos, dando lugar a la creación de sindicatos, cooperativas y mutuales obreras. Hacia 1848, este movimiento adquiere carácter revolucionario. Se crean partidos obreros que impugnan el capitalismo y reclaman, no ya mejoras parciales, sino el cambio del sistema. Demandan el socialismo, al que entienden como una sociedad de iguales, sin explotación de clases.
La principal doctrina política de esta corriente fue expresada por Carlos Marx, y se encuentra condensada en el “Manifiesto del Partido Comunista”. En esa época “comunismo y socialismo” se utilizan como sinónimos por oposición al capitalismo.
Marx hace una crítica radical al capitalismo. Su unidad de análisis no es el individuo, sino la clase social, entendiendo como tal el conjunto de personas que se ubican de un lado u otro de la propiedad de los medios de producción. La propiedad es considerada apropiación del trabajo ajeno. El proletario, desposeído de medios de producción, se ve obligado, por necesidad, a vender su fuerza de trabajo a un capitalista, a cambio de un salario. Pero éste no paga por toda su fuerza de trabajo, sino por la cantidad de dinero necesaria para que éste pueda seguir trabajando. La parte del trabajo del obrero que se apropia el capitalista, pero que no retribuye, se llama plusvalía. Es el núcleo de la explotación capitalista. El capital está formado por la acumulación de plusvalor. Es decir que el capital acumulación de trabajo obrero, apropiado por el capitalista en condiciones sociales desiguales. La propiedad capitalista, en este sentido, es ilegítima, y como tal, postula Marx, debe ser expropiada, a toda la clase capitalista, mediante una revolución proletaria.
Marx denuncia que el papel del Derecho y del Estado capitalistas es reproducir la dominación de la clase burguesa sobre la clase obrera. No hay un Estado neutral. La democracia burguesa, dadas la desigualdad social imperante, es un fetiche.
El destino político de la clase obrera es transformar la protesta en movimiento revolucionario. Para lograrlo, se debe conformar un partido proletario, que tome el poder del Estado, expropie a la burguesía y de ese modo ponga fin a la dominación de una clase sobre la otra. Establecida la igualdad social, recién entonces sería posible la democracia. Y como se habría extinguido la dominación de clases, no tendría sentido el Estado, que tendería a disolverse.
La función de la Educación burguesa, para el marxismo, es reproducir las condiciones de explotación capitalista. Difunde una “falsa conciencia” que mantiene a los obreros en la ignorancia de la explotación a la que son sometidos. En contraposición, atribuye al socialismo una función educativa sobre la clase obrera: instruir al proletariado y expandir la conciencia de clase, que los lleve a su liberación. Por eso incluye como uno de los puntos del programa revolucionario el establecimiento de un sistema efectivamente universal e igualitario de educación pública.
Desde la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, este paradigma, en su versión oficial, entró en crisis. Pero muchos de sus seguidores renovaron su pensamiento teórico y su práctica política, dando lugar a lo que se da en llamar el “Neomarxismo” que tiende a converger con la luchas altermundistas, ambientalistas y anticapitalistas en general.
Reformismo - Socialdemocracia.
Parte del movimiento obrero se diferencia de la opción marxista y permanece más apegado a las prácticas cooperativistas, mutualistas y sindicalistas. A partir de estallido de la primera guerra mundial, se produce un debate en su interior. Un sector de éste rompe con el grupo más internacionalista, y acepta que los trabajadores de cada país luchen en la guerra a favor de sus gobiernos racionales, e indirectamente, de sus respectivas burguesías. Propenden una vía no revolucionaria al socialismo. A éste se llegaría –sostenían- implementando progresivas reformas en el sistema capitalista, que por sus tendencias espontáneas a la concentración y centralización económicas, llevaría a traspasar áreas de actividad de la esfera privada a la del Estado.
Conforman partidos socialdemócratas, que se integran a la vida parlamentaria de sus países, e impulsan transformaciones sociales por la vía jurídica. Esto supone aceptar cierta “neutralidad” del aparato del Estado, que ya no sería un Estado de clase, sino un poder universal externo a éstas. Sus plasmaciones más concretas son el derecho laboral y el derecho de la previsión social, cuyo origen, en los países centrales, es anterior a 1929.
A partir de las reformas Keynesianas de las economías capitalistas desde 1930 en adelante, tanto los partidos socialdemócratas, como los laboristas, demócratas y radicales, tienden a adoptar posturas económicas de tipo Keynesiano: pacto social entre capital y trabajo, mejoras sociales y económicas para la clase trabajadora, redistribución de ingresos, crecimiento de la intervención económica del Estado, política monetaria activa, tributación progresiva, etc.
En este nuevo esquema reformista-socialdemócrata, la función de los sindicatos es central, dado que por un lado contienen la combatividad de los trabajadores, pero por otro defienden sus reivindicaciones salariales y jurídicas frente a la clase dominante.
El modelo es exitoso desde la segunda posguerra hasta fines de la década de 1960. La clase obrera transforma su demanda política, por demanda de bienes de consumo. Se expande el fordismo y el consumismo en los países capitalistas centrales.
La expansión masiva y generalizada del sistema de educación pública, y la implantación de la educación técnica integrada al crecimiento industrial son una conquista efectiva de esta corriente política.
En los países periféricos, en cambio, la política Keynesiana reformista, no es socialdemócrata, sino populista. Estos países, a diferencia de los centrales, no cuentan con clase obrera y burguesía industrial suficientemente organizadas, en las que se pueda apoyar el pacto keynesiano. Entonces el Estado tiene mayor protagonismo, y al mismo tiempo que aplica políticas reformistas, construye “desde arriba” sus propias bases sociales. Esta versión se emparenta con el nacionalismo periférico, y en Argentina, con el peronismo.
Nacionalismo.
Centra su discurso en la “Nación” entendida como una comunidad relativamente homogénea y armónica, que tiene una cultura común, y un destino de realización, que otras naciones e intereses foráneos, pretenden impedir.
Usualmente encuentra en el Estado y las corporaciones (sindicatos tanto obreros como patronales) el instrumento organizativo que lleve adelante este proceso.
El nacionalismo adquiere un signo diferente según se ubique en los países centrales o en los países periféricos. El primero, se convierte en colonialismo o imperialismo. En tanto que el Nacionalismo de los países periféricos, se expresa en la resistencia nacional contra las tendencias coloniales e imperialistas de los primeros.
Como reacción a la mundialización capitalista, podemos también distinguir dos tipos de nacionalismo. Por un lado, un nacionalismo conservador, imbuido de elementos religiosos, que hace hincapié en los aspectos “espirituales” de la nacionalidad, que tiende a naturalizar las diferencias sociales al interior de cada nación, como por ejemplo, el nacionalismo islámico. Por otro lado, cuando el nacionalismo periférico se opone radicalmente a la mundialización, extiende la crítica anti-capitalista al interior de sus propios países. En estos últimos casos, ha tomado buena parte de sus componentes ideológicos del marxismo, y más recientemente del ambientalismo. Su creación teórica más importante es la teoría de la dependencia, según la cual, los países periféricos no son “atrasados” sino que están desarrollados, en función de las conveniencias de los países centrales, y no de sus propios intereses y necesidades.
Una discusión clave, para esta última corriente, es el papel que puede o no cumplir la burguesía “nacional” en la periferia. Para algunos esta clase capitalista autóctona puede impulsar el crecimiento nacional, enfrentándose con los intereses del capitalismo transnacional. Para otras corrientes, más radicales, la burguesía local solo puede ser un socio menor del capital transnacional, de modo que la construcción de la nación, solo puede quedar en manos de la clase obrera, el campesinado y/o la masa de población marginal, bajo la forma de una revolución anticapitalista.
Un rasgo común de los nacionalismos es denunciar el carácter antinacional del aparato educativo heredado. El sistema escolar público copiado de los países capitalistas avanzados sería un ejercicio de “colonización pedagógica” tendiente a mantener adormecidas las potencialidades nacionales. Al contrario, se requeriría una educación nacional, que permita al pueblo reconocerse como nación, reforzar su identidad, y su potencial realizador.
Peronismo.
No se puede definir el Peronismo. Pero sí es factible caracterizarlo. Es el fenómeno político argentino más importante del siglo XX, cuyos efectos aún perduran. Surge a partir de un proceso de industrialización incipiente, en condiciones de aguda explotación de la clase trabajadora, en un contexto internacional (fin de la segunda guerra mundial) particularmente propicio para la economía argentina. A partir de la intervención del ejército, el entonces Coronel Juan Domingo Perón accede a la subsecretaría de Trabajo y Previsión, y desde allí teje un entramado de relaciones de nuevo tipo con el movimiento obrero, que a partir de 1945 se transforma en protagonista de masas excluyente de la historia argentina.
En lo socioeconómico, el peronismo originario (1945/1955) es una aplicación populista del modelo Keynesiano, con un fuerte protagonismo estatal, redistributivo, nacionalista, y por momentos, antiimperialista.
El factor político ideológico es un aglutinante fundamental en el peronismo. El carisma del líder, los beneficios materiales concretos para los sectores populares, el crecimiento sin precedentes de la industria local, lo transforman en componentes centrales de la identidad política de los sectores populares.
Su creación institucional más importante es la Constitución Nacional de 1949, que además de consagrar los derechos sociales, establece la función social de la propiedad, la nacionalización de los recursos naturales, y el rol directriz del Estado en la Economía.
La educación peronista originaria (1945/1955) permitió la incorporación masiva de la población al sistema de educación pública, e institucionalizó un subsistema de educación técnica a la medida de las necesidades de los obreros y de la industria.
La nota distintiva del peronismo es la construcción populista: la articulación un discurso sintético/ antagónico, que al marcar la existencia de otro (la antipatria, la oligarquía, etc.) permite condensar la identidad de un nosotros (el pueblo –peronista-) que se le enfrenta. El discurso populista, al alimentar el antagonismo pueblo- antipueblo, construye la identidad popular, bajo el signo peronista, que aún perdura.
En vida de su líder, el peronismo se reconocía como un “movimiento” en el que convergían distintas corrientes: militares, miembros de la iglesia, sindicalistas de izquierda, ex dirigentes radicales y militantes de la derecha nacionalista.
La proscripción del peronismo, desde 1955, activa una dinámica autónoma de los sectores populares peronistas que dan preeminencia a su ala izquierda. A su retorno, en 1973, Perón intenta rebalancear el movimiento, dándole preeminencia al ala derecha. A su muerte, el peronismo queda en estado de guerra entre tendencias internas y desorden generalizado, que recién se supera promediando la década del 1980, cuando se institucionaliza como partido justicialista.
La presencia mayoritaria de la identidad peronista en los sectores populares argentinos, hace que las principales tendencias políticas de las últimas décadas, se vean reflejadas en la propia interna peronista, de modo que puede camibar el modelo de Estado y la política económica, mientras permanece el partido justicialista en el gobierno.
Desarrollismo.
Surge en la década de 1950 a partir del agotamiento de los procesos de industrialización liviana. Contra lo que postula la teoría de la dependencia, piensa a los países “en vías de desarrollo” como transitando un estado intermedio hacia el desarrollo. Este es posible a condición de seguir una política industrializadota coherente, orientada por el Estado (pensado en términos keynesianos).
Se basa en la teoría de la modernización: en las sociedades periféricas conviven elementos modernos (urbanos, industriales) con elementos de la sociedad tradicional (rural, atrasado). El populismo es denunciado como un intento aberrante de saltear etapas, permitiendo la industrialización, pero subsistiendo rasgos regresivos, como el caudillismo y el autoritarismo. La manera de llegar a una sociedad moderna y democrática es la industrialización, y el medio para conseguirla es la inversión productiva de capitales extranjeros. Para que éstos se radiquen en el país, es necesario que el Estado les de facilidades: dejarlos entrar pero también dejarlos salir. Esto supone también una redistribución de ingresos regresiva: reducir el salario para aumentar la tasa de ganancia del capital.
La educación es concebida como un medio para facilitar este proceso de modernización, y sobre todo, como una capacitación para la industrialización, pensada en términos técnicos y funcionalistas. No se trata de fortalecer una identidad soterrada de los sectores populares, sino de modelarlos para las necesidades del desarrollo.
Luego de la crisis del neoliberalismo, el desarrollismo vuelve a proponerse como alternativa a los países latinoamericanos. La presencia de un Estado activo, que impulse las palancas fundamentales de la economía, con vistas a avanzar en el proceso de industrialización, es una tendencia que vuelve a cobrar vigencia. La diferencia con la etapa anterior –por eso hablamos de “neo”- es que la versión actual adopta recaudos ortodoxos para mantener la solvencia fiscal: el superávit fiscal es esgrimido así como la principal muestra de fortaleza del Estado.
Neoliberalismo.
Ante la crisis del Estado de Bienestar Keynesiano, se esgrimen distintos tipos de diagnósticos. Triunfa la visión de la derecha que sostiene que la intervención estatal desalienta al capital y quita incentivos al trabajo, lo que perjudica la productividad, lleva a la baja de la inversión, y desencadena la crisis y la inflación.
Como salida para esta crisis, el neoliberalismo impuso un retorno al viejo paradigma liberal, desmantelando los mecanismos de intervención, regulación y protección del Keynesianismo. Las medidas neoliberales están contenidas en el llamado Consenso de Washington, en el que se resumen las propuestas que los organismos financieros internacionales impulsaron a adoptar en los países periféricos: privatización de empresas públicas, desregulación de la economía, flexibilización laboral, estabilización monetaria, equilibrio fiscal, reducción del gasto público, y reforma tributaria regresiva. La propuesta neoliberal se resume en la fórmula conocida como Estado mínimo. Sus efectos económicos son recesivos. Pero esto no es visto por sus ejecutores como un problema, sino más bien como un paso necesario del funcionamiento espontáneo hacia un nuevo equilibrio de mercado, que lleve el costo de los factores de producción hacia un nivel tan bajo que motive a los capitales a invertir nuevamente.
La propuesta neoliberal se expandió mundialmente desde 1990, en un momento en que caían los regímenes comunistas de Europa Oriental, desapareciendo de esta manera el sistema social que durante más de 70 años había puesto en cuestión al capitalismo. La nueva configuración del poder mundial permitió extender, simultáneamente, los regímenes democrático-constitucionales a los ex países comunistas. Era lo que se conoció como “democracia liberal de mercado”, es decir, republicanismo político más neoliberalismo.
Como los países que iban adoptando el modelo neoliberal, no redujeron, sino que en la práctica ampliaron sus déficits fiscales, esa brecha fue cubierta con financiamiento de los organismos multilaterales de crédito, que al mismo tiempo obtenían injerencia en las cuentas internas y en las decisiones económicas locales. La deuda externa pasa así a ser el principal condicionamiento político de las nacientes democracias de los países periféricos.
En este paradigma, la educación no cumple ningún papel decisivo. Si bien recepta, teóricamente el postulado liberal original de educación de la ciudadanía, en la práctica de las decisiones políticas, esta cuestión es secundaria. Por el contrario, la política neoliberal en educación prioriza: a) devolver al mercado aquellos “servicios” educativos que puedan ser prestado como negocios en términos de empresa (privatización de la educación); b) derivar los servicios educativos que dieran pérdida hacia los estados locales; y c) apoyarse en el sistema de educación pública subsistente para prestar asistencia social focalizada a la población más afectada por el desempleo y la recesión que el propio modelo genera.
Ambientalismo.
La contaminación ambiental, el daño ecológico a la naturaleza, o el desequilibrio de los sistemas sociales y naturales, según prefiera llamárselo, adquiere dimensiones significativas a partir de la revolución industrial de fines del siglo XVIII, y se torna insostenible desde la década de 1970. Se generan entonces movimientos de protesta, conocidos como “verdes”, que tienden a converger con nuevos movimientos sociales nacidos en la década de 1960, en la lucha contra el racismo, el consumismo, el autoritarismo, la guerra y el machismo. Si bien cada uno de estos movimientos sostiene una reivindicación particular, tienen en común que todos se enfrentan, de una u otra manera, a las estrategias dominantes del capitalismo global. El más significativo de ellos es el movimiento ambiental. Pero también suelen utilizarse otros nombres para referirlos, como alternativismo, altermundismo, antiglobalización, etc. Cobraron presencia visible en las “contracumbres” convocadas por oposición a las cumbres económicas mundiales del capitalismo global. Pero no conforman un movimiento unitario. En el mejor de los casos aspiran –sin lograrlo aún- a formar una red de organizaciones no gubernamentales autónomas, cada una de las cuales, desde su lugar, y en su ámbito específico, presentan lucha política y social contra este adversario homogéneo mundial.
En el caso argentino, este movimiento está conformado por las organizaciones sindicales alternativas (CTA, CCC), las organizaciones territoriales de desocupados, el movimiento de derechos humanos, y las incipientes asambleas multisectoriales ambientales. De éstas últimas, la más conocida es la de Gualeguaychú, por su enfrentamiento a la instalación de las pasteras sobre el Río Uruguay. Pero también han surgido organizaciones homólogas en todas las localidades donde se ha comenzado a practicar, desde la década anterior, la minería a cielo abierto.
Su visión de la propiedad es sumamente holística: ningún ser humano puede reclamar legítimamente el ejercicio un derecho individual que genere un daño (contaminación) o un peligro sobre un bien colectivo, como es el ambiente. En esta visión, los recursos naturales, dado su carácter limitado, son reivindicados como bienes de todos, no susceptibles de apropiación ni aprovechamiento individual. Reclaman entonces, del Estado, una efectiva regulación de las relaciones sociales, a la que pretenden controlar mediante el ejercicio de una democracia participativa, de base directa y asamblearia.
Si bien no es una corriente política definida, este reticulado organizacional plural va delineando un conjunto de reivindicaciones políticas, que en todos los casos denuncian, enfrentan y ponen en cuestión el accionar del capitalismo global. Tienen un acercamiento notable con el neomarxismo y el nacionalismo periférico.
Muchos de estos movimientos han desarrollado sus propias experiencias de educación alternativa y sus efectos pueden leerse en las políticas educativas oficiales, que se ven obligadas a incorporar dimensiones tales como el multiculturalismo, la inclusión social, la igualdad, la educación ambiental, etc. Aunque su principal mensaje, no es fácilmente asimilable por las instituciones oficiales: el aprendizaje a través de la acción y la experiencia concreta de lucha contra la globalización capitalista.
Raúl N. Alvarez. Octubre 2009.-
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